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'Castrorum acies ordinata'

 

Escucho una misa de Palestrina mientras repaso esto que he escrito a propósito de cierta oración latina que aparece en una secuencia de la película británica The Mission (1986). Después de darle vueltas y sorteando la dificultad de que se trata de latín eclesiástico pronunciado por un actor de a saber qué nacionalidad, encontré un documento que recoge una versión más completa de esa oración: una recopilación de bendiciones realizada por Severin Lueg en la católica Baviera del siglo XIX. El texto concreto del que procede el incluido en la película es la bendición del estandarte de una procesión, aunque el guionista de La misión lo recorta y lo transforma directamente en la bendición de un cuerpo de tropas españolas antes de emprender una acción militar. A partir de ahí encontré versiones de la bendición original en varios manuales o recopilaciones litúrgicas de toda la Europa católica de los siglos XVII-XIX que, a falta de más información, son el antecedente directo del texto de La misión. El discurso resultante, una vez pulidos varios fallos de pronunciación, de declinación y de elección de pronombres, es el siguiente:

«-Dominus vobiscum.
-Et cum spiritu tuo.
-Oremus. Domine Iesu Christe, cuius Ecclesia est veluti castrorum acies ordinata: benedic hoc exercitum in tuo nomine dedicatum. Per te, Iesu Christe, qui vivis et regnas cum Deo Patre et Spiritu Sancto in saecula saeculorum. Amen».


Y mi traducción del sencillo fragmento es la siguiente:

«-El Señor esté con vosotros.
-Y con tu espíritu.
-Oremos. Oh, Señor Jesucristo, cuya Iglesia es como un ejército en orden de combate: bendice este ejército consagrado en tu nombre. Por ti, Jesucristo, que vives y reinas con Dios Padre y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén».


El jesuita padre Berrigan, asesor durante el rodaje de la película, no aporta datos en su libro sobre el origen de la fórmula elegida, de la que habla sin implicación, así que hay que atribuírsela al guionista, el historiador Robert Bolt. Dice Berrigan a propósito de la escena comentada:

«Another scene is run on the parade ground of the Fort. A priest intones a Latin blessing on troops before battle. They shout out a basso profundo “Amen”. They would of course have understood nothing of the words; and the commander who signals the amen and the priest who prays are likewise automatons».
 
Cartel de The Mission (Roland Joffe, 1986; fuente: Pinterest).


Enseguida me atrae la expresión «castrorum acies ordinata». Veo que procede de la Biblia, en concreto del Cantar de los Cantares, un poema erótico hebreo del siglo IV a. C. cuya versión latina en la Vulgata, más de 700 años después, reza: «Quae est ista, quae progreditur quasi aurora consurgens, pulchra ut luna, electa ut sol, terribilis ut castrorum acies ordinata?», es decir: «¿Quién es esa, que surge como la aurora, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible como un ejército en orden de combate?». De esta forma, el Esposo se refiere a una Esposa no exenta ni de belleza ni de formidable poder y majestad. La versión de san Jerónimo, no obstante, no parece la más precisa; compruebo que fray Luis de León en su célebre Traducción y casi todos los humanistas del siglo XVI, que trabajaron en biblias políglotas y como el mismo san Jerónimo bebieron directamente del hebreo, traducen ese verso en conexión con la presencia de estandartes: Alfonso de Zamora dice «terribilis sicut vexillata»; Sanctes Pagnino, «castra cum vexillis»; Benito Arias Montano, «terribilis ut vexillata»; y el mismo fray Luis redacta «terrible como los esquadrones con banderas tendidas». No obstante, como vamos a constatar, a la hermosa fórmula «castrorum acies ordinata», apoyada durante siglos sobre la autoridad exclusiva de la Vulgata, no va a faltarle su porción de éxito milenario en la cultura de Occidente.

En la liturgia y en el contexto histórico de la Contrarreforma, como avancé arriba, se ha aplicado habitualmente esta imagen a la Iglesia Católica como brazo armado de Jesucristo en el ritual de bendición de una bandera procesional («benedictio vexilli processionalis cujuslibet societatis»). El Rituale Argentinense de 1742, por ejemplo, califica de «ritus perantiquus» la procesión ante Missam que en las fiestas más solemnes representa la Iglesia militante como un ejército formado en orden de combate; los rituales, pontificales y bendicionales sucesivamente publicados en la edad moderna incorporan la fórmula y la repiten de forma prácticamente invariable, extendiéndose de forma imparable por el orbe católico entre los siglos XVIII y XX, aunque después desaparecerá del bendicional hoy vigente.

Por su potencia evocadora del combate contra el Maligno, estos versos del Cantar de los cantares se aplicaron con frecuencia a la Virgen María y, en particular, a la Virgen de la Asunción: así la recuerdan fray Luis de Granada en sus Adiciones al Memorial de la vida cristiana de 1565 y Baltasar Gracián en 1648 en su Agudeza y arte de ingenio. De igual forma, las letras de la música polifónica medieval incorporaron con cierta frecuencia la expresión en este mismo sentido en aleluyas, misas y antífonas; así sucede, por ejemplo, hacia 1585 en la misa Assumpta est Maria de Palestrina, donde coherentemente presta contenido simbólico a un poderoso motivo polifónico; y así la emplea Monteverdi en su Vespro della Beata Vergine, de 1610.

Luca Giordano, La Asunción de la Virgen, óleo sobre lienzo, hacia 1698 (foto: Museo del Prado)


En consonancia y volviendo a la liturgia, también los libros de oficios dedicados a la Virgen, que siguen el breviario romano tridentino autorizado por Pío V en 1568 y sus sucesivas revisiones, incluyen la expresión en los capítulos y antífonas que acompañan el recitado de ciertos salmos y, en particular, en la quinta antífona del oficio de Vísperas de la solemnidad de la Asunción de Santa María. La misma imagen aparece en opúsculos escolares de oraciones del siglo XIX; y vuelve a simbolizar la potencia de la Virgen como vencedora del príncipe de las tinieblas cuando inspira en 1844 los elogios del marqués de Casa Jara, o cuando el fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer, alude indirectamente a la Asunción en su Rosario, ya en 1934. Finalmente y a título casi anecdótico, aparece también a finales del siglo XX en una escena erótica de la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

Da algo de vértigo comprobar que esta expresión lírica y marcial al mismo tiempo, «castrorum acies ordinata», nace en la particular traducción que hace san Jerónimo, allá por el año 400, de un fragmento del Cantar de los cantares; navega la liturgia, la literatura y la música cristianas, cambiando de matiz a través de las centurias; está de una u otra forma en fray Luis, en Palestrina, en Monteverdi, en Gracián y en Eco; en la Edad Moderna es reciclada en bendición de estandartes procesionales y en parte de los oficios de la Virgen; y Robert Bolt reconociblemente la toma de alguno de esos benedictionales, la condensa por conveniencia del guión, la convierte en bendición de las tropas y, así, hoy la escuchamos como si tal cosa en una escena de transición de una película de 1986. Constatamos con asombro, por tanto, que san Jerónimo anudó una de las hebras de nuestra cultura de manera que esas tres palabras de hermosa sonoridad, cargadas de significado, nos persiguiesen hasta el día de hoy. Y de esa hebra seguimos colgados, 1600 años después, o 2300, si nos remontamos al poema original hebreo. Y todo eso es apasionante.

 

La versión anotada de este trabajo se publicó en Pilar Martino Alba y Miguel Ángel Vega Cernuda (coordinadores), El escrito(r) misionero, testigo e instrumento de la comunicación intercultural, Madrid: Ommpress, 2019, pp. 359-363.

Agradecimientos a Maite Herranz por la publicación, y al P. José Anido, O. de M., por sus útiles consideraciones online sobre liturgia.

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