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Hipócritas de ayer y hoy

[Molière: Tartufo . Versión y dirección de Ernesto Caballero. Teatro Reina Victoria, Madrid, 1 de septiembre al 14 de noviembre de 2021].  Siempre apetece ir al teatro a ver una nueva versión del Tartufo . Como sucede con pocos autores –con los verdaderamente clásicos–, la obra de Molière aporta a la contemporaneidad claves universales que van más allá de la época en que se represente. El protagonista de la comedia estrenada en 1669 quedó para siempre como arquetipo de la hipocresía, y el Diccionario de la Lengua Española así lo recoge desde 1927, aunque el uso del sustantivo “tartufo” está documentado e inventariado en otros diccionarios desde mediados del siglo XIX. En nuestro caso, se trata de una versión del muy experimentado Ernesto Caballero de las Heras que hace especial hincapié en la contemporaneidad, y para ello recurre a tres expedientes principales.  El primero es la manipulación del personaje de Dorina, interpretado con solvencia por María Rivera. Si ya en el original de
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Toneladas de arte

Es mi último descubrimiento. La conozco desde hace solo unos quince días y me tiene entusiasmado. Había podido disfrutar sus interpretaciones en vídeo y, cuando me enteré de que actuaba en la Sala Clamores, grité por el pasillo: “¡Suspended todos vuestros compromisos para el domingo al mediodía!”, e inmediatamente saqué entradas para toda la familia; pero no sabía lo que me esperaba.  Ana Carla Maza es hija del pianista y compositor Carlos Maza, con quien sigue colaborando en la composición de algunos de sus temas. Oriunda de Chile, la familia de Maza huyó de la barbarie de Pinochet en 1975 y el músico creció entre Francia y La Habana, donde a su vez vendría al mundo Ana Carla, de madre cubana, a fines del milenio pasado. En el Conservatorio de La Habana (Guanabacoa) tomó clases de violonchelo, y con Miriam Valdés, hermana de Chucho e hija de Bebo, de piano. Solo con diez años, Ana Carla debutó ante el público en el Festival Jazz Plaza de La Habana. Instalada la familia en Tarragona a

'Sit tibi terra levis'

Siempre me conmueven estos retazos materiales de la memoria de personas desconocidas, muy lejanas en el tiempo, de las que por motivos ajenos a lo cotidiano alcanzamos detalles de mayor o menor importancia, huellas de sus vidas que no las reflejan por completo pero sí con el intenso fulgor de la verdad, alguna verdad, por fragmentaria que sea. Hoy, visitando el Museo Arqueológico Nacional, me he parado ante la estela funeraria de Cuártulo, un niño fallecido a los cuatro años en el distrito minero del Jaén romano, allá por el siglo I. Cuártulo (el diminutivo que emplearían los mineros adultos para dirigirse -ya con cariño, ya con menosprecio- al pequeño Cuarto) está representado en el seno de una hornacina, sujetando en las manos los atributos de la minería: un martillo o pico y una cesta para transportar el material. Próximos a la piedra se exponen ejemplares de esos cestos y de herramientas de la misma época. Existe polémica entre arqueólogos y epigrafistas sobre si Cuártulo tendrí

Alaejos y la vieja fundición

  De viaje a Asturias paramos en Alaejos. Nos esperan una amiga de juventud de Malene y su familia. Al aproximarnos por la carretera de Castrejón de Trabancos, la silueta de las dos iglesias que dominan el horizonte desde el pueblo resulta asombrosa: el tamaño de sus campanarios parece absolutamente desproporcionado para la escasa población a la que sirven. De hecho, luego nos enteramos de que Santa María, un sobrio pero imponente edificio renacentista del siglo XVI que fue declarado monumento nacional en 1931, permanece hoy cerrada, porque la actual feligresía no da para mantener abiertos al culto los dos templos de la doble parroquia, y solo se abre al culto en ocasiones especiales. San Pedro, también renacentista y también de un tamaño muy notable, acoge hoy los ritos ordinarios. No es lo único que hay que ver en esta vieja villa antiguamente cercada: un museo de arte sacro que no llegamos a visitar, en la misma torre de Santa María; algunos restos arqueológicos del castillo, hoy mu

'Silentium amoris'

No es necesario presentar la figura pública de Santiago Alfonso López Navia (Madrid, 1961). Doctor en filología y en ciencias de la educación, cervantista ilustre, participante en numerosos proyectos sobre el Siglo de Oro y, en particular, autor de una decena de libros sobre la materia, maestro de retórica, catedrático y gestor universitario, editor en La Discreta, animador cultural, poeta, narrador… Pocos campos hay, de los relacionados con la palabra escrita (y cantada), que el autor no haya tocado y en el que no haya dejado testimonio de rigor y bonhomía. De él dijo alguien que “su vida pública es recta y consistente”, y no es la única alusión que he encontrado a ese rasgo suyo de la rectitud pública. En tanto que poeta tampoco hacía falta mi presentación, así que me limitaré a dejar constancia de tres o cuatro reflexiones que me suscitó la lectura de Tregua , este libro que tienes entre las manos, afortunado lector, y que me honra prologar. El poeta Santiago A. López Navia (M

'Castrorum acies ordinata'

  Escucho una misa de Palestrina mientras repaso esto que he escrito a propósito de cierta oración latina que aparece en una secuencia de la película británica The Mission (1986). Después de darle vueltas y sorteando la dificultad de que se trata de latín eclesiástico pronunciado por un actor de a saber qué nacionalidad, encontré un documento que recoge una versión más completa de esa oración: una recopilación de bendiciones realizada por Severin Lueg en la católica Baviera del siglo XIX. El texto concreto del que procede el incluido en la película es la bendición del estandarte de una procesión, aunque el guionista de La misión lo recorta y lo transforma directamente en la bendición de un cuerpo de tropas españolas antes de emprender una acción militar. A partir de ahí encontré versiones de la bendición original en varios manuales o recopilaciones litúrgicas de toda la Europa católica de los siglos XVII-XIX que, a falta de más información, son el antecedente directo del texto de La

Jorge Rodríguez Padrón; los otros; él mismo

Qué sería de nosotros si no fuera por esos seres esforzados que, contra viento y marea y sin apoyos institucionales ni mediáticos, abogan en cuanta ocasión se les presenta por la literatura de los márgenes: ese lugar a la orilla de las corrientes donde se deposita el fértil sedimento del rozamiento de lo que fluye con lo que permanece. Entusiastas incansables, nos traen a la mesa menús nada populares, guisos olvidados pero nutritivos, deliciosos postres provincianos, recetas de la abuela que rescataron del desván y nos regalan el paladar con el sabor de la verdad, frente a la alquimia precocinada y las estrellas Michelin con que, a veces sin fundamento, se nos atosiga desde grandes superficies y suplementos literarios. De la mano de estos idealistas conocemos a escritores de la periferia geográfica, del pasado injustamente preterido, autores que no entraron en el canon porque no camelaron a ningún antólogo de postín, o porque eran demasiado jóvenes, o porque ya son demasiado viejos.